– Gracias. Gracias por mostrarme que todavía hay alguien en el mundo que se preocupa por mí.

Sonreí. A los 61, me di cuenta de que el dinero y las emociones desenfrenadas de la juventud no son la fuente de la felicidad. Es tener una mano que te sostenga, un hombro en el que apoyarte y alguien que te acompañe toda la noche solo para tomarte el pulso.
Mañana llegará. ¿Quién sabe cuántos días me quedan de vida? Pero una cosa es segura: por el resto de su vida, compensaré lo que perdió. La cuidaré. La protegeré, para que nunca más tenga que preocuparse por nada.
Porque esta noche de bodas, después de medio siglo de añoranza, oportunidades desperdiciadas y espera, es el mejor regalo que la vida me ha dado.
Gracias a todos los que leen estas líneas.