Abandoné al hijastro de mi marido después de su muerte; diez años después, la verdad me golpeó como un rayo caído del cielo.

 

Le di mi cuenta de ahorros, todo lo que tenía.
Había planeado dejársela a mi nueva pareja, pero tras enterarme de la verdad, rompí con ella al día siguiente.

—No puedo compensar el pasado.
Pero si me dejas… Me quedaré cerca de ti.
En silencio. Sin título. Sin pedir nada.
Saber que estás bien me basta.

Arjun me miró fijamente un buen rato.
Luego dijo:
«Acepto.
No por el dinero.
Sino porque mi madre creía que aún podías ser un buen hombre».

El tiempo… lo único que nunca podrás recuperar.

Ya no era un “padre”.
Pero seguí cada paso.
Invertí discretamente en su galería. Le envié clientes. Compartí mis contactos comerciales.

No pude encontrar a mi hijo otra vez.
Pero me negué a perderlo otra vez.

Cada año, en el aniversario de la muerte de Meera, voy al templo.
Arrodillado ante su foto, grito: «
Perdóname. Fui egoísta.
Pero pasaré el resto de mi vida intentando enmendar mi error».

Cuando Arjun tenía 22 años, lo invitaron a una exposición internacional.
En su página personal, escribió: «
Para ti, mamá. Lo hice».

Y, abajo, por primera vez en diez años, me envió un mensaje:
Si estás libre… la exposición se inaugura este sábado.

Me quedé allí paralizada.
La simple palabra “Papá” puso fin a años de dolor y abrió la puerta a un nuevo capítulo.

Mensaje final:
Algunos errores son irreparables.
Pero el verdadero arrepentimiento aún puede encontrar su lugar en el corazón.
La felicidad no proviene de la perfección, sino de la disposición a afrontar lo que uno creía imperdonable.