Ahora tenemos dos hijos más, los encontré en el bosque bajo el roble, ¡los criaremos como si fueran nuestros! —dijo mi esposo, sosteniendo a dos gemelos en sus brazos.

 

 

Olga miró el rostro de su esposo y luego a los niños. El menor sostenía un pequeño conejo de peluche, como si lo protegiera del mundo exterior. Se giró hacia su hija, Varenka, que entró corriendo, con el pelo despeinado y la mirada curiosa. «Mamá, ¿quiénes son?», preguntó en voz baja.

—Son Timofey y Savely —respondió Artem con un dejo de firmeza en la voz—. Ahora vivirán con nosotros.

Pasaron los días y los niños se adaptaron rápidamente a su nuevo hogar. Pero Olga presentía que algo andaba mal. Había una extraña conexión entre los chicos y este bosque, como si su llegada no fuera una simple coincidencia. Savely, la de los ojos oscuros, siempre parecía estar mirando más allá de los muros, como esperando una señal, un momento especial.

Con el tiempo, la casa se convirtió en un lugar donde Olga sintió que se tejía una nueva historia, una historia que aún no había terminado. Los niños trajeron nueva vida, pero Olga sabía que el futuro seguía siendo incierto y que los secretos del pasado nunca estaban lejos.

Gracias a todos los que leen estas líneas.