Me quedé callado y seguí ahorrando. No tardaría en renunciar a todo.
Entonces decidí tomarme un fin de semana muy necesario y fui a visitar a mi amiga Jessica a su casa de campo. Pero al volver el domingo por la noche, presentí que algo andaba mal: había demasiados coches en la entrada y todas las habitaciones de la casa estaban iluminadas. Al acercarme a la puerta principal, vi juguetes esparcidos por el porche.
Entré y me encontré con un caos total.
Tommy y Emma corrían hacia la sala de estar, Marcus llevaba cajas al piso de arriba y Sandra estaba parada en el medio de todo, gritando órdenes como si fuera la dueña del lugar.
“¿Qué pasa?” pregunté, de pie en la puerta con mi bolso de viaje.
Todos se detuvieron y me miraron. Mis padres salieron de la cocina con cara de culpa.
Marcus dejó la caja. “Hola, hermana. Bueno, ha habido un cambio de planes. Perdí mi trabajo y ya no podemos pagar el alquiler”.
Miré todas las cajas y los muebles. “¿Te quedas aquí?”
“Solo temporalmente”, dijo Marcus. “Hasta que encontremos algo nuevo”.
Sandra se acercó con una sonrisa falsa y tensa. “Gracias por recibirnos. Claro que tendremos que hacer algunos ajustes. Tu habitación sería perfecta para los niños. Puedes mudarte al dormitorio pequeño al final del pasillo”.
—No voy a salir de mi habitación —dije con firmeza—. Trabajo desde casa. Necesito mi ordenador y una buena conexión a internet.
La sonrisa de Sandra se desvaneció. “Bueno, creo que las necesidades de los niños deberían ser lo primero”.
“Y yo pago la hipoteca y las facturas”, respondí.
Sandra se cruzó de brazos. “Bueno, eso no te da derecho a ser egoísta. Somos una familia”.
“Una familia que nunca me preguntó si quería invitados”, respondí.
—De acuerdo —dijo Sandra cuando me negué a ceder—. Quédate con tu preciosa habitación. Pero no esperes que te estemos agradecidos cuando ni siquiera puedes mostrar consideración por una familia necesitada.
Subí las escaleras y cerré la puerta. Ahí empezó la verdadera pesadilla.
La casa nunca volvió a estar en silencio. Marcus se pasaba el día tirado en el sofá, fingiendo buscar trabajo haciendo llamadas que no llevaban a nada. Sandra caminaba como una especie de salvadora, como si tuviéramos suerte de tenerla a nuestro lado.
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