El consultorio olía a antiséptico y a un extraño aroma a lavanda. Estaba sentada rígida frente al Dr. Evans, con las manos entrelazadas en el regazo.
—Me temo que tus posibilidades de concepción natural siguen siendo extremadamente bajas, Laura —dijo, deslizando suavemente un archivo hacia ella.
“Sus niveles de AMH han bajado aún más desde el año pasado”.
Intentó asentir, pero el dolor en el pecho le dificultaba respirar.
“¿No queda nada? ¿No queda nada por intentar?” La pregunta era punzante, como si su esperanza estuviera al borde del colapso.
El médico suspiró y le dedicó una sonrisa triste.
“Hemos agotado la mayoría de las opciones viables, a menos que esté considerando la FIV con esperma de donante o una muestra existente”.
Esa noche, Laura se acurrucó en el sofá, envuelta en una manta que no la abrigaba. Margaret, su amiga más antigua, llegó con dos cafés humeantes y una bolsita de pasteles. Una sola mirada a los ojos de Laura lo dijo todo. “No salió bien”, susurró Laura, con lágrimas corriendo por sus mejillas. “No hay ninguna posibilidad, al menos no de forma natural”.
Margaret puso el café en la mesa y se sentó a su lado. “Lo natural ya no significa mucho hoy en día, ¿verdad?”, dijo en voz baja.
—Sé que ya me lo has dicho, pero no puedo dejarlo ir —susurró Laura tras una pausa—. Quiero ser madre, Margaret. Más que nada en el mundo.
Su amiga asintió con silenciosa comprensión. «Entonces, adelante. Pero hazlo por ti, no por venganza, no por Curtis. Hazlo porque mereces la felicidad».
Estas palabras despertaron algo en Laura. Nació una chispa de determinación. Comprendió que ya no podía esperar a que otros definieran su vida. Dos semanas después, pidió cita en la clínica de fertilidad. Escondida en un modesto edificio entre una floristería y una lavandería, tenía la llave de su futuro.
Cuando la recepcionista le preguntó si quería el historial clínico de Curtis, Laura respondió sin dudarlo: «Sí». Durante la consulta, la enfermera le recordó que la muestra de esperma aún era viable y legalmente suya; Curtis había firmado la exención hacía tiempo. Parecía una historia de película, pero era su realidad.
El consultorio olía a antiséptico y a un extraño aroma a lavanda. Estaba sentada rígida frente al Dr. Evans, con las manos entrelazadas en el regazo.
—Me temo que tus posibilidades de concepción natural siguen siendo extremadamente bajas, Laura —dijo, deslizando suavemente un archivo hacia ella.
“Sus niveles de AMH han bajado aún más desde el año pasado”.
Intentó asentir, pero el dolor en el pecho le dificultaba respirar.
“¿No queda nada? ¿No queda nada por intentar?” La pregunta era punzante, como si su esperanza estuviera al borde del colapso.
El médico suspiró y le dedicó una sonrisa triste.
“Hemos agotado la mayoría de las opciones viables, a menos que esté considerando la FIV con esperma de donante o una muestra existente”.
Esa noche, Laura se acurrucó en el sofá, envuelta en una manta que no la abrigaba. Margaret, su amiga más antigua, llegó con dos cafés humeantes y una bolsita de pasteles. Una sola mirada a los ojos de Laura lo dijo todo. “No salió bien”, susurró Laura, con lágrimas corriendo por sus mejillas. “No hay ninguna posibilidad, al menos no de forma natural”.
Margaret puso el café en la mesa y se sentó a su lado. “Lo natural ya no significa mucho hoy en día, ¿verdad?”, dijo en voz baja.
—Sé que ya me lo has dicho, pero no puedo dejarlo ir —susurró Laura tras una pausa—. Quiero ser madre, Margaret. Más que nada en el mundo.
Su amiga asintió con silenciosa comprensión. «Entonces, adelante. Pero hazlo por ti, no por venganza, no por Curtis. Hazlo porque mereces la felicidad».
Estas palabras despertaron algo en Laura. Nació una chispa de determinación. Comprendió que ya no podía esperar a que otros definieran su vida. Dos semanas después, pidió cita en la clínica de fertilidad. Escondida en un modesto edificio entre una floristería y una lavandería, tenía la llave de su futuro.
Cuando la recepcionista le preguntó si quería el historial clínico de Curtis, Laura respondió sin dudarlo: «Sí». Durante la consulta, la enfermera le recordó que la muestra de esperma aún era viable y legalmente suya; Curtis había firmado la exención hacía tiempo. Parecía una historia de película, pero era su realidad.v
Continúa en la página siguiente⏭️
