Casi me voy después de ver a nuestro bebé, pero el secreto de mi esposa lo cambió todo.

Tras años de espera, intentos y oraciones, Elena y yo por fin íbamos a ser padres. Ansiaba el momento de tener a nuestro bebé en brazos, pero cuando por fin llegó ese día, me sentí conmocionado e incrédulo.

“Cariño”, dijo Elena un día, “creo que quiero estar sola en la sala de partos”.

No esperaba oír sus palabras. Me preguntaba por qué no querría que estuviera allí. Pero dijo que necesitaba hacerlo sola, así que acepté.

 

 

Un par de días después, fuimos al hospital. Besé a Elena en la entrada de la sala de maternidad y solo pude esperar.

Finalmente, apareció el médico, pero su expresión indicaba que algo andaba mal. Mientras me dirigía a la habitación de Elena, el corazón me dio un vuelco.

Me sentí aliviado cuando vi que Elena estaba bien.

 

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