Pero esta victoria dejó una marca física: una pequeña cicatriz que casi todos los niños de la época llevaban con orgullo, como una medalla de valentía.
Una técnica única que dejó huella

En aquel entonces, las vacunas no eran como hoy. No existían inyecciones rápidas e invisibles. La vacuna contra la viruela requería una herramienta especial —una aguja bifurcada— que perforaba repetidamente la piel. Esto causaba una reacción visible: una ampolla, luego una costra y, finalmente, una cicatriz. Permanente.
No era estético , ¡pero sí sumamente efectivo! Y, sobre todo, simbolizaba algo grandioso: una sociedad entera unida contra una lacra global.
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