Durante el funeral de mi abuela, vi a mi madre poner algo en el ataúd. Lo que encontré dentro me dejó sin palabras.
El peso de las despedidas
Dicen que el dolor llega en oleadas, pero para mí fue como entrar en la oscuridad y perder el equilibrio.
Mi abuela Catherine no era sólo un miembro de mi familia: era mi ancla, mi refugio, mi mejor amiga.
Sus abrazos siempre me hicieron sentir como en casa.
Esa tarde, cuando estaba junto a su ataúd, sentí como si me hubieran privado del aire que necesitaba para respirar.
La funeraria estaba en silencio, la luz era suave y las sombras caían suavemente sobre el rostro tranquilo de la abuela.
Cestas de regalo
Su cabello plateado estaba peinado como a ella siempre le había gustado, y alguien había colocado su precioso collar de perlas alrededor de su cuello.
Extendí la mano y acaricié la madera pulida del ataúd, mientras los recuerdos corrían por mi cabeza.
El mes pasado, estábamos en su cocina, riéndonos con una taza de té, mientras ella me mostraba pacientemente cuánta canela poner en sus galletas de azúcar.
Recuerdos en el aire
—Esmeralda, querida mía, ella te está cuidando desde arriba ahora —dijo la señora Anderson, nuestra vecina, poniendo una mano temblorosa sobre mi hombro.
Sus ojos estaban rojos detrás de sus gafas.
Tu abuela estaba muy orgullosa de ti. Se lo contó a todo el mundo.
Conseguí esbozar una pequeña sonrisa entre mis lágrimas.
¿Te acuerdas de sus pasteles de manzana? Toda la calle olía a ellos todos los domingos.
“Oh, esos pasteles”, rió suavemente la señora Anderson.
“Ella siempre decía que la ayudabas. Se jactaba: ‘La esmeralda tiene el toque perfecto con la canela'”.
Tragué saliva con fuerza.
La semana pasada intenté hacer uno. No fue lo mismo. Le llamé para preguntarle qué había hecho mal, y entonces… —Se me quebró la voz antes de poder terminar.
La señora Anderson me abrazó.
“Ella sabía cuánto la amabas, cariño. Eso es lo más importante.”
La sala estaba llena de gente susurrando historias sobre sus vidas, sus risas se mezclaban con ligeros sollozos.
Y entonces, al otro lado de la habitación, vi a mi madre.
Un espectáculo extraño
Mi madre, Victoria, no había derramado una lágrima en todo el día.
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