Algunos estaban llenos de preocupación, otros de decepción y finalmente de resignación.
El último me paralizó:
Todo lo que tengo será para Esmeralda. Ella me demostró un amor incondicional. Siempre te amaré, pero ya no puedo confiar en ti.
Una carta demasiado tarde
Al final de la pila había otra carta, no de la abuela, sino de mi madre.
La redacción fue apresurada y desigual.
Mamá, no pasa nada. Lo admito. Me llevé el dinero. Nunca me entendiste. Pero Esmeralda sí. Me dará todo lo que le pida, porque me quiere. Al final, siempre conseguiré lo que quiero.
Dejé la carta con el corazón apesadumbrado.
Los recuerdos volvieron a inundarme: los regalos caros, las “emergencias” en las que ella tomaba mi tarjeta de crédito, sus preguntas casuales sobre las finanzas de la abuela.
Las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar.
La confrontación
A la mañana siguiente, sin dormir y con los ojos hinchados, la llamé.
Mamá, ¿podemos tomar un café? La abuela te dejó algo. Me dijo que te lo diera cuando fuera el momento adecuado.
Su voz se aclaró inmediatamente.
—¡Claro, cariño! Eres una chica muy cariñosa.
Esa tarde, entró al café con su blazer rojo y los ojos desorbitados.
