John y yo llevamos más de diez años casados. Tenemos un hijo que va a la primaria, es educado y se porta bien. Pensé que nuestro matrimonio sería estable, pero contra todo pronóstico, John cambió. A menudo ponía excusas como que estaba ocupado, que llegaba tarde a casa, y su mirada era vaga cuando le preguntaba al respecto.
Un día, por casualidad, vi una factura de hotel en su cárdigan, junto con un lápiz labial extraño. Me sentí mal, pero no armé un escándalo. Entendí que cuanto más impaciente estuviera, más razones tendría para negarse. Observé en silencio y, discretamente, también elaboré un plan.
El clímax llegó el día que descubrí que John había tomado en secreto la tarjeta bancaria a mi nombre. Era la tarjeta que usaba para ahorrar para la educación de mi hijo. Fui inmediatamente al banco y bloqueé todo. Sabía que la necesitaría pronto, y entonces la verdad saldría a la luz.
Como lo había predicho, a medianoche de esa noche, mi teléfono sonó varias veces. Era un médico:
“¿Eres la esposa de John?” Él y su hija acababan de ser llevados a urgencias, agotados por la intimidad. El hospital necesitaba que su familia ayudara con el papeleo.
Me quedé atónito, pero aun así mantuve la voz tranquila:
– Sí, iré enseguida.
Al llegar, la escena que se desarrollaba ante mis ojos me estremeció. John yacía en la cama del hospital, sudando, con el rostro ceniciento. Junto a él, una joven —claramente el “té verde” que había vislumbrado en secreto— estaba en el mismo estado, jadeando, con el rostro ceniciento.
Cuando me vieron entrar, ambos temblaron. John intentó decir:
—Tú… ¿por qué estás aquí?
Continúa en la página siguiente⏭️
