John y yo llevamos más de diez años casados. Tenemos un hijo que va a la primaria, es educado y se porta bien. Pensé que nuestro matrimonio sería estable, pero contra todo pronóstico, John cambió. A menudo ponía excusas como que estaba ocupado, que llegaba tarde a casa, y su mirada era vaga cuando le preguntaba al respecto.

 

– No me dejes… sálvame…

Me incorporé, lo miré, miré a la niña que lloraba desconsoladamente a mi lado y luego, resueltamente:

De ahora en adelante, no tengo nada más que ver contigo ni con ella. Ya preparé los papeles del divorcio. Mañana me llevaré al niño y me iré. Te quedarás aquí y pagarás el precio de tu traición.

Tras decir esto, me di la vuelta y me fui. Detrás de mí, los gritos de John y su amante resonaban por el pasillo del hospital. Pero no me detuve.

Afuera, el viento nocturno era frío, pero mi corazón estaba más feliz que nunca. Sabía que acababa de eliminar un tumor maligno de mi vida. Ya no tenía espacio para lágrimas innecesarias.

Mañana mi hijo y yo comenzaríamos una nueva vida, ciertamente difícil pero pura, sin mentiras ni traiciones.

En cuanto a John, debería recordar ese momento para siempre: el momento en el que él y su amante gritaron desesperados, porque la mujer que había amado con todo su corazón le había dado la espalda y lo había abandonado.