La dejó hace años; ahora su exesposa reaparece con trillizos que imitan su rostro.

“Le dije al tipo que las acciones ni siquiera valían el papel en que estaban impresas”, dijo Harold, provocando la risa de todos.

Fue entonces cuando Chris la vio.

Tres mesas más allá, estaba sentada Jasmine. Su cabello oscuro era más corto, pero su sonrisa no había cambiado. Era la misma sonrisa que una vez fue su mundo entero.

Estaba cenando con alguien a quien no podía ver muy bien. Y entonces la oyó.

Risa de niños.

Sólo con fines ilustrativos

Eran tres, todos de unos cinco años. Dos niñas y un niño, reunidos alrededor de su mesa. Sus rostros irradiaban su calidez, pero algo en ellos le revolvía el estómago.

Los ojos del chico. La forma en que una de las chicas ladeó la cabeza. Familiar. Demasiado familiar.

Éstos no eran unos niños cualquiera.

—Señor Langston, ¿se encuentra bien? —preguntó Harold, saliendo de su trance.

A Chris se le hizo un nudo en la garganta. Su mundo se derrumbó. No podía respirar.

Él sabía, sin lugar a dudas, que esos niños eran suyos.

Gracias a todos los que leen estas líneas.