Pensé que lo había perdido todo. Mi novio se fue, mis amigos se mudaron, incluso mi familia se aisló. Por un tiempo, no quise vivir más. Pero un día, vi a mi madre luchando con mi silla de ruedas para ir a comprar medicinas. Me di cuenta… mientras pueda respirar, sigo viva. Tengo que vivir, por ella y por mí.
Michael no dijo nada. Simplemente la abrazó, porque ninguna palabra podía compararse con la fuerza de la mujer en sus brazos. Ella no necesitaba compasión. Merecía admiración.
Desde ese momento lo supo: no sólo se había casado con una mujer, sino que había encontrado el tesoro más raro.
La vida después de eso no fue fácil. Emily necesitaba ayuda con cada tarea diaria. Pero Michael nunca se quejó. Se levantaba temprano para cocinar, trabajaba largas horas en la obra y luego llegaba a casa para bañarla, leerle libros y reírse de las pequeñas cosas, como cualquier pareja.
Un año después, gracias a la terapia regular y al cuidado constante de Michael, las piernas de Emily comenzaron a temblar y a reaccionar con lentitud. El día que las movió sola, Michael rompió a llorar. Por primera vez en años, creía en milagros.
Su historia se difundió rápidamente en internet, conmoviendo a innumerables personas. Pero Michael se mantuvo humilde. Cuando un periodista le preguntó si se arrepentía de haber gastado sus ahorros para casarse con ella, rió suavemente:
No gasté mi dinero en casarme con una mujer paralítica. Lo gasté para alcanzar algo invaluable: la verdadera felicidad.
