Se rieron de ella, pero su reacción sorprendió a todos.
“Nunca llegaste.” — Se rieron de ella… lo que hizo a continuación sorprendió a todos.
Marta no levantó la vista. Tenía la mandíbula apretada, los nudillos blancos de tensión mientras giraba la llave inglesa. Una mezcla de desprecio y burla la agobiaba, la mirada de todos fija en ella. A sus espaldas, el motor parecía diseñado para no funcionar correctamente. Le habían dado esta furgoneta como prueba. Sin embargo, Marta sabía la verdad:
No era una prueba de aptitud, sino una humillación oculta.
El dueño del taller, Don Rogelio, le entregó las llaves con una sonrisa, mientras que detrás de él, un hombre de traje gris afirmaba categóricamente: “Nunca servirán”, provocando una carcajada general. Marta, ella, permanencia impasible.
Este hombre, Esteban Lacayo, un millonario arrogante, despreciaba a cualquiera que no llevara corbata, y más aún a una mujer con las manos grasientas. El camión tenía una falla en el sistema de inyección, que otros mecánicos no podían solucionar.
Pero Marta no la había recibido por eso. Le habían dado este vehículo porque estaban seguros de que fallaría. Era la manera perfecta de perpetuar, entre risas, la vieja creencia de que las mujeres entre las máquinas solo sirven de adorno.
Mientras Marta examinaba meticulosamente las conexiones, los murmullos despectivos continuaban a sus espaldas:
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