Una promesa hecha
Mientras Sombra descansaba plácidamente la cabeza en su regazo, Michael susurró un nuevo deseo: «No más excusas, amigo mío. Desde hoy y hasta tu último aliento, solo te daré amor. Y te llevaré en mi corazón por el resto de mi vida».
Por primera vez ese día, la cola de Sombra golpeó débilmente el suelo. Era su forma de decir: «Entiendo. Ya no tengo miedo».
El último paseo juntos
En los días siguientes, Shadow sorprendió a todos. En lugar de desvanecerse de inmediato, recuperó energías renovadas. Michael lo llevaba a dar paseos cortos por el parque que frecuentaban. Los niños que conocían a Shadow corrían a acariciarlo, y los vecinos sonreían, sabiendo que presenciaban un momento precioso.
Cada amanecer se convirtió en un regalo, cada momento compartido en un recordatorio de que el amor podía prolongar el tiempo, aunque fuera un poco. Michael ya no contaba los días con aprensión; vivía cada uno como un milagro.
La despedida silenciosa
Una noche, Sombra se acurrucó junto a la cama de Michael, apoyando la cabeza en su brazo como lo hacía desde cachorro. Mientras la luz de la luna iluminaba la habitación, Sombra exhaló profundamente, como si suspirara en paz. Michael le acarició el pelaje y le susurró: «Ya puedes descansar, muchacho. Me lo diste todo. Gracias por enseñarme lo que significa amar de verdad».
Y con eso, Sombra cayó en un sueño profundo y dulce.
El legado del amor
A pesar de su dolor, Michael se dio cuenta de que su perro le había dejado algo mucho más grande que el dolor: un recordatorio inquebrantable de que el amor verdadero nunca se desvanece. Perdura en cada recuerdo, cada paseo, cada noche tranquila que compartieron.
Las huellas de Shadow permanecerían en su alma para siempre, un símbolo de lealtad, perdón y el tipo de vínculo que nada, ni siquiera el tiempo, podría borrar.
