La imagen se aclaró: Derrick probablemente había encontrado a Emily. Quizás la había amenazado. Quizás algo peor. Y para proteger a su hijo nonato, ella había huido. Había cambiado de identidad. Había desaparecido.
Pero ¿cómo terminó Luca sin hogar?
Briggs descubrió un último y devastador giro. Dos años atrás, Emily fue declarada muerta. Un cuerpo apareció en una bahía cercana: del mismo tamaño y con ropa similar a la que Emily vestía el día de su desaparición. Las autoridades cerraron el caso. Pero el cuerpo nunca fue identificado formalmente. Los registros dentales nunca se compararon. No era ella.
La siguiente pista de James vino de Carla, la mujer que dirigía el refugio donde Emily se alojaba. Ya mayor, recordaba muy bien a Emily.
“Estaba aterrorizada”, dijo Carla. “Dijo que un hombre la perseguía. Ayudé a Luca a nacer. Pero una noche, simplemente… desapareció. Siempre tuve miedo de que alguien la atrapara”.
James se quedó sin palabras.
Luego vino el gran avance.
Una mujer arrestada por hurto en una tienda en Portland, Oregón, coincidía con la descripción de Emily. Sus huellas dactilares activaron una alerta en el caso de persona desaparecida, que data de hace una década.
James voló esa noche.
En el centro de detención, miró por la ventana a una mujer pálida y delgada, con los ojos llenos de tristeza. Era anciana, frágil, pero innegablemente ella.
“Emilie.”
Se giró lentamente. Su mano temblaba al tocar el cristal. Las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Pensé que te habías ido —susurró James.
“Tenía que protegerlo”, sollozó. “Derrick me encontró. Corrí. No sabía qué hacer”.
James hizo todo lo posible por exonerarla. La trajo a casa. Le encontró un terapeuta. Y lo más importante, la reunió con Luca.
Cuando Luca la vio, no dijo nada. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
Emily, después de diez años de esconderse, tener miedo y estar insegura, cayó en los brazos de su hijo y lloró.
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