¿Qué estaba pasando? Aún no estaba del todo consciente, pero allí estaba. La expresión del Dr. Harris pasó de la sorpresa a la acción. «Llámame al equipo neurólogo inmediatamente».
Las enfermeras se apresuraron a realizar las pruebas, con voces que se entrecruzaban por la incredulidad. La habitación bullía, pero Anna no podía apartar la mirada de Grant. Entonces, como si percibiera su mirada, él la miró de nuevo, y esta vez, ella no apartó la mirada.
Todo sucedía muy rápido. Los médicos le hacían preguntas, le aplicaban luces en las pupilas y evaluaban sus funciones motoras. Pero a pesar de todo, la mirada de Grant volvía una y otra vez a Anna.
Dio un paso vacilante hacia adelante, tragando saliva con dificultad. «Grant», susurró. «¿Recuerdas algo?». Él la miró fijamente, parpadeando lentamente.
Un largo silencio los invadió. Entonces, sus dedos volvieron a temblar, y antes de que ella pudiera reaccionar, extendió la mano hacia ella. Débil, lenta, pero deliberadamente.
Su mano se cerró alrededor de la de ella, su agarre frágil pero firme, como si la conociera de toda la vida. Anna jadeó. El Dr. Harris levantó la vista bruscamente.
Grant, ¿sabes quién es? Grant no respondió de inmediato. Frunció el ceño, sin apartar la mirada de Anna. “No lo sé”, murmuró, con la voz ronca tras meses de inactividad.
Pero siento que debería. Un escalofrío recorrió la espalda de Anna. Porque aunque Grant Carter no la recordara, algo dentro de él sí.
Los días posteriores al milagroso despertar de Grant estuvieron llenos de pruebas, terapia e innumerables preguntas. Los médicos estaban asombrados por su recuperación. Físicamente, estaba débil, pero su condición estaba mejorando.
Sus músculos, entumecidos tras un año de inmovilidad, se fortalecían gracias a la rehabilitación. ¿Pero mentalmente? Esa era otra historia. Grant no recordaba nada del accidente.
Y cuanto más lo presionaban para que les diera detalles, más frustrado se sentía. «Grant, volvamos a empezar», dijo el Dr. Harris durante una de sus sesiones. «¿Qué es lo último que recuerdas?». Grant se frotó las sienes, con aspecto tenso.
No lo sé. ¿Qué? ¿Dónde estabas? ¿Qué hacías? Grant exhaló bruscamente. Te lo dije.
Son solo fragmentos, atisbos. Dime. Un largo silencio.
Entonces Grant cerró los ojos y frunció el ceño. Recuerdo. Una sensación.
Su voz era lenta, insegura. Como si algo anduviera mal. Como si estuviera en peligro.
Anna, que había estado escuchando en silencio desde la barrera, se puso rígida. Grant continuó, con los dedos crispados. Había una manera.
Faros. Y luego nada. Solo negro.
El Dr. Harris suspiró. Es común que las víctimas de trauma repriman recuerdos dolorosos. Pueden regresar por sí solos.
Pero por ahora, centrémonos en sanar. Grant asintió. Pero Anna pudo ver la frustración en su mandíbula apretada.
Y en el fondo, no podía quitarse la sensación de que algo andaba mal. Esa noche, sin poder dejar de pensar en ello, Anna fue al archivo del hospital. Ya había leído el expediente de Grant antes, pero esta vez, examinó cada detalle con una nueva perspectiva.
Y entonces lo vio. Algo que nunca había visto. El informe del equipo de reconstrucción del accidente indicaba que los frenos de Grant estaban defectuosos.
Se rompió. No está desgastado. No funciona mal.
Manipulado. Un escalofrío le recorrió la espalda. Esto no fue un simple accidente.
Alguien quería a Grant muerto. Y él no tenía ni idea. Apenas respirando, cerró el expediente.
Tenía que decírselo. Porque si alguien había intentado matarlo una vez, podría volver a intentarlo. La curación de Grant se estaba produciendo a una velocidad asombrosa…
En tan solo unas semanas, había pasado de estar postrado en cama a sentarse, comer solo y hablar con oraciones completas. Ahora, gracias a la fisioterapia, estaba aprendiendo a caminar de nuevo. Y, sin embargo, Anna estaba allí.
Con cada paso. Con cada dificultad. Con cada momento frustrante en el que quería rendirse, ella lo atraía.
“No puedo con esto”, susurró Grant, agarrándose con fuerza a las barras paralelas para intentar levantarse. “Sí que puedes”, dijo Anna con firmeza, de pie a su lado. “Has llegado hasta aquí, Grant”.
No pares ahora. Se giró hacia ella, jadeando. Ella no solo decía palabras para motivarlo.
Ella realmente creía en él. Y eso le hizo creer en sí mismo. Con un suspiro decidido, dio otro paso adelante.
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