Mi suegra me exigió que le devolviera mi anillo de compromiso porque “pertenecía a su lado de la familia”.
Cuando mi esposo me propuso matrimonio, me regaló un hermoso anillo antiguo que había pertenecido a su familia durante generaciones. Pero su madre decidió que no era mío. Me lo exigió, y se lo devolví, demasiado aturdida para discutir. Pensé que se había acabado… Estaba equivocada.
Cuando Adam me propuso matrimonio con el anillo vintage más hermoso que jamás había visto, pensé que estaba viviendo un cuento de hadas. La delicada alianza de oro, el zafiro azul intenso y los diminutos diamantes que lo enmarcaban a la perfección lo hacían deslumbrante, atemporal y totalmente mío… hasta que su madre me exigió que se lo devolviera porque “pertenecía a su familia”.
Adam y yo llevábamos seis meses casados, y la vida era buena. Nuestro pequeño apartamento se estaba convirtiendo poco a poco en un hogar, y habíamos encontrado un ritmo cómodo juntos.
Cada mañana, mientras preparaba café, veía la luz del sol en mi anillo y sonreía, recordando el día en que se arrodilló nervioso. Fue mágico.
Así que, una agradable noche de viernes, fuimos a cenar a casa de sus padres. Llevaba el anillo, como siempre. En cuanto cruzamos la puerta, vi a mi madrastra Diane mirando mi mano con los ojos ligeramente entrecerrados.
Apreté la mano de Adam y le susurré: “Tu madre parece estar fuera de sí esta noche”.
—Está bien —dijo, besándome en la mejilla—. Papá le preparó su asado favorito. Seguro que solo tiene hambre.
Pero sentí su mirada sobre mí durante toda la velada, siguiendo mi mano izquierda cada vez que tomaba mi vaso de agua o hacía un gesto durante la conversación.
A mitad de la cena, Adam y su padre, Peter, se levantaron para revisar el asado en el horno. En cuanto estuvieron fuera del alcance del oído, Diane se inclinó hacia mí por encima de la mesa.
—Te gusta este anillo, ¿verdad? —Su voz era suave, pero sus ojos eran fríos.
Parpadeé, desconcertada por la repentina pregunta. “Claro… Adam me lo dio”.
Me dedicó esa sonrisa tensa y compasiva que me revolvió el estómago. “Ay, cariño. Lo hizo. Pero ese anillo ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones. Es de mi abuela. No es una pequeña joya destinada a acabar en la mano de… bueno, alguien como tú”.
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