Accidentalmente rompí la alcancía de mi hijo de 14 años que no había visto antes. Me sorprendió lo que había dentro.

Asentí, intentando aparentar calma. “Sí, es que ha sido un día largo. ¿Por qué no vas a hacer tu tarea? La cena estará lista pronto”.

Jake se encogió de hombros y se dirigió a su habitación. Lo vi irse, aún dándole vueltas a lo que había descubierto. Sabía que no podía guardármelo para mí. Tenía que descubrir la verdad. Pero primero, tenía que encontrar la manera de confrontar a Jake sobre lo que había encontrado en su alcancía.

Regresé a la habitación de Jake con el corazón latiéndome con fuerza. Saqué las fotos y el dinero de debajo de la pila de ropa, mirando las imágenes con incredulidad. Al observarlas con más atención, me di cuenta de que había al menos diez fotos, cada una más incriminatoria que la anterior.

La sonrisa familiar de David, la que me hacía sentir tan querida, ahora era una burla cruel. Cada foto lo mostraba con diferentes mujeres, abrazándolas, besándolas. La realidad me golpeó como un ladrillo: mi esposo me engañaba.

Mi confusión se convirtió rápidamente en horror. No eran fotos al azar. Los ángulos, la distancia… parecían sacadas por un investigador privado. ¿Por qué Jake tendría estas fotos? Sentí un vuelco en el estómago, una mezcla de miedo y rabia. Sentí náuseas. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya.

Llamé a Jake abajo, intentando mantener la voz firme. «Jake, ¿puedes subir, por favor?»

Apareció en la puerta con curiosidad. “¿Qué pasa, mamá?”

Levanté las fotos con la mano temblorosa. “¿Puedes explicarme esto?”

El rostro de Jake palideció. “Mamá, te lo puedo explicar…”

—Por favor, hazlo —dije, con mi voz apenas por encima de un susurro.

Jake bajó la mirada, arrastrando los pies. «Me enteré hace unos meses. Un día seguí a papá y lo vi con otra mujer. No sabía qué hacer, así que seguí siguiéndolo, tomándole fotos. Al principio, no quería creerlo».

 

 

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