En una silenciosa habitación de hospital en Bombay, donde solo se oía el pitido de las máquinas, Ananya, una enfermera de 26 años, jamás imaginó que su vida daría un giro tan drástico. Pasaba sus días revisando monitores, limpiando pacientes y atendiendo a un hombre en particular: Raghav Malhotra, un magnate inmobiliario multimillonario que llevaba dos años en coma tras un terrible accidente.

Pronto se difundió la noticia de su recuperación. Periodistas y familiares acudieron en masa al hospital, deseosos de ver al hombre que creían haber perdido. Entre ellos se encontraba su hijo mayor, Rohan Malhotra, un hombre vivaz, ambicioso y cauteloso. Rápidamente agradeció a Ananya por sus servicios, pero añadió con frialdad:

“De ahora en adelante, la familia encontrará una enfermera jefe. No se preocupen más”.
Estas palabras la hirieron más de lo esperado. Después de dos años cuidando al Sr. Malhotra, ser despedida tan fácilmente la dejó con una extraña depresión. Pero esa noche, cuando estaba a punto de irse, una voz débil pero firme la detuvo:

“Ananya, quiero que sigas cuidándome. Nadie más. Hablaré con ellos yo mismo.”

Su corazón dio un vuelco, pero también su miedo. Si alguien descubría la verdad sobre ese beso, las sospechas no harían más que crecer.

A pesar de las objeciones de sus hijos, Raghav insistió en que Ananya se quedara a su lado. Poco a poco, su salud mejoró: aprendió a sentarse, a hablar con claridad, a recordar fragmentos de su pasado. Y durante esas noches de paz, comenzó a compartir su vida con ella: sus humildes orígenes en Uttar Pradesh, las luchas que construyeron su imperio, la soledad que la riqueza no pudo aliviar.

 

A veces la miraba con una calidez desarmante y susurraba:

“Tal vez fuiste tú quien me devolvió la vida”.

Cada vez, el corazón de Ananya se aceleraba, aunque intentaba disimularlo. Quería creer que solo era su gratitud la que hablaba, y no el eco de ese momento robado.

Pero la familia Malhotra era mucho menos confiada. Para ellos, ella era solo una enfermera, indigna de su confianza. Circulaban rumores: «Debe de tenerle rencor a la fortuna… ninguna enfermera merece tanta confianza de otra manera».

Las sospechas de Rohan crecieron. Un día, la confrontó directamente en el pasillo:

Mi padre aún no está del todo estable. Si crees que puedes manipularlo, no lo permitiré.

Ananya bajó la cabeza, intentando mantener la voz firme. «Solo cumplo con mi deber. No me malinterpretes».

 

 

 

 

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