Encontré un regalo en mi puerta en Navidad. Después de abrirlo, mi vida nunca volvió a ser la misma.

 

 

—No lo sé, cariño —dijo Samantha—. A ver.

Al abrir la puerta, encontró la calle vacía, pero en el umbral había una caja grande, envuelta en papel rojo brillante con un lazo verde perfecto. Volvió a observar la calle. No había nadie, ni huellas en la nieve.

—¡Mamá! ¿Es para nosotras? —preguntó Anna.

—No lo sé, cariño —respondió Samantha, levantando la caja, que era más pesada de lo que parecía.

—¿Podemos abrirla? ¿Por favor? —suplicó Bella, saltando de puntillas.

Dentro había dos fajos de billetes, docenas de bombones y galletas, y calcetines navideños repletos. Encima, un sobre blanco con su nombre escrito.

—Mamá, ¿por qué lloras? —preguntó Cara, tirándole de la manga—. ¿Te lastimaste?

—No, cariño —susurró Samantha, con lágrimas en los ojos—. Mamá está bien. Más que bien.

Extendió la mano hacia el sobre, con las manos temblorosas. Dentro había una nota escrita a mano.

Imagen sólo con fines ilustrativos.

Querida Samantha:
Hace años, ayudaste a una desconocida, una joven perdida y desesperada, ofreciéndole una comida caliente y un lugar donde pasar la noche. No lo sabías, pero tu amabilidad me salvó la vida.
Yo era esa joven.

 

 

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