El pesado silencio fue roto por murmullos. Una joven pareja asintió, pues había oído la escena. Una anciana confirmó en voz baja: «Yo también lo oí».
Los policías intercambiaron miradas avergonzadas. Uno de ellos preguntó: «Señora, ¿es correcto?».
Linda se sonrojó. “Lo sacaron de contexto. Yo dirijo este departamento, sé lo que es apropiado”.
David respondió con dureza: «Lo importante es el triaje. El hospital debe cumplir con la ley federal EMTALA, que exige evaluación y estabilización urgentes para cualquier persona en posible trabajo de parto. Mi esposa sufre de cólicos intensos, lo cual cumple con esos criterios. Al negarse a tratarla, están violando no solo la ética médica, sino también la ley».
Linda parecía inquieta por primera vez.
David se dirigió a los policías: «Caballeros, a menos que estén aquí para garantizar la atención inmediata de mi esposa, les aconsejo que se retiren. Cada minuto costoso expone a este hospital a acciones legales».
Los oficiales, visiblemente incómodos, asintieron. «Solo mantenemos el orden, señor. Vemos que tiene la situación bajo control».
David tomó a Maya del brazo y se dirigió al pasillo. “¿Dónde está el Dr. Reynolds?”, preguntó con voz tranquila pero firme.
Linda tartamudeó, desorientada, mientras tomaba el teléfono.
Poco después, una enfermera llegó rápidamente con una silla de ruedas. «Sra. Thompson, va directa a la sala de triaje», anunció amablemente. El contraste era sorprendente.
Mientras se llevaban a Maya, David miró a Linda por última vez. «Esto no ha terminado», susurró.
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