Ni siquiera en un camping.
Ni siquiera fuera de la ciudad.
Allí estaba, en un barrio residencial, en la dirección de una casita que no reconocí. Un lugar común. Casi demasiado común.
No pensé. Tomé mis llaves. Les dije a los niños que salía. Me subí al auto con un nudo en la garganta y la mente acelerada.
Al llegar frente a la casa, apagué el motor. Observé en silencio. Las persianas estaban abiertas. Había un coche aparcado enfrente. Luego, después de unos minutos, la puerta se abrió.
Y salió.
Mi marido…..
El hombre que tuvo que acampar en el bosque.
Sin botas. Sin mochila.
Vestida como una cita.
Y entonces… ella apareció.
Una mujer. Joven. Segura de sí misma.
Ella se rió. Él se rió.
Y allí, justo delante de mí, la besó. Durante mucho tiempo.
Me quedé congelado. Sin poder respirar.
El mundo se derrumbó silenciosamente a mi alrededor.
No fue solo una traición. Fue un colapso. Una caída brutal de todo lo que creía verdadero: la fe, el ejemplo a seguir, el matrimonio, la confianza.
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