—Ves a un mendigo casándose con una doncella. Pero lo que no sabes es la verdad.
Se hizo un silencio denso. Todas las miradas se centraron en él.
—Durante años dormí a la intemperie. Invisible para el mundo, tratada como basura. Pero Clara… ella me vio. Compartió su pan cuando ella misma carecía de él. Me habló como a un ser humano, cuando otros miraban hacia otro lado. Me devolvió la dignidad.
A Clara se le llenaron los ojos de lágrimas. Los invitados, a su pesar, se inclinaron hacia adelante para escuchar.
—¿Crees que nunca he tenido éxito? Dirigí una empresa, usé trajes mucho más caros que los tuyos. Luego vino la traición, la caída, mis errores. Lo perdí todo. Y nadie movió un dedo para ayudarme… excepto ella.
Señaló a Clara con ternura.
—Así que ríete si te divierte. Pero recuerda esto: el amor no está en seda ni en oro. El amor es sacrificio, es reconocer un alma cuando el mundo solo ve basura. Clara me ofreció eso, y me pasaré la vida demostrándole que tenía razón al creer en mí.
Esta vez, la catedral permaneció congelada. Las risas habían desaparecido, reemplazadas por rostros avergonzados. Algunas mujeres se secaron los ojos. Clara, conmovida, susurró:
«Te amo».
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