—Está sano, a pesar del cansancio. Está deshidratado, asustado, pero firme como una roca. Si descansa diez días, estará como nuevo.
—¿Podemos intentar encontrar a sus dueños? —preguntó Víctor.
—Siempre podemos publicar un anuncio. Pero a juzgar por su aspecto, es un gato callejero.
Víctor se llevó al gato a casa. Su esposa, Galina, le dio una cálida bienvenida a su nuevo huésped:
—¡Ay, qué delgadita! ¡Pronto te pondremos de pie!
Durante los primeros días, el gato se escondía debajo del sofá y solo salía para comer. Poco a poco, empezó a explorar su nuevo hogar. Una semana después, ya ronroneaba cuando Galina le acariciaba suavemente el lomo.
“Sabes”, le dijo Víctor a su esposa, “quizás deberíamos quedárnoslo. Sus dueños probablemente no se presentarán”.
—No me importa nada —dijo Galina con una sonrisa—. Siempre he soñado con tener un gatito. ¿Cómo lo llamamos?
—Qué suerte —respondió Víctor inmediatamente—. Pocos animales sobreviven en mar abierto.
Al oír ese nombre, el gato levantó la cabeza y maulló fuerte, como en señal de aprobación.
Un mes después, Lucky ya era parte de la familia. Saludó a Víctor en la puerta, se acurrucó en el regazo de Galina y, con destreza, pidió pescado en la cocina. Solo el agua parecía asustarlo; se acercó a su pecera con cautela.
“Probablemente tenga una lesión psicológica”, explicó Galina a sus vecinos. “Después de lo que ha pasado, es comprensible”.
—Quizás era su destino —reflexionó su vecina Tatiana Nikolaevna—. Vino directo a verte.
Víctor arañó cariñosamente al gato detrás de la oreja:
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