Un ladrón adolescente se burla del juez, pensando que es intocable, hasta que su propia madre lo defiende.

Un ladrón adolescente se burla del juez, pensando que es intocable, hasta que su propia madre lo defiende.

La sala del tribunal bullía de murmullos en cuanto entró Ryan Cooper, de 17 años, con la barbilla en alto y sus zapatillas chirriando contra el suelo pulido.
El adolescente no parecía alguien a punto de ser sentenciado por una serie de robos en su barrio suburbano de Ohio. Al contrario, parecía ser el dueño del lugar: las manos metidas en los bolsillos de su sudadera con capucha y una sonrisa pícara en el rostro.

Alan Whitmore, un hombre de experiencia, observó al chico caminar tranquilamente hacia el muelle. Anteriormente, había presidido casos de delincuentes empedernidos, delincuentes primerizos llorosos y sinceramente arrepentidos. Sin embargo, Ryan era diferente. El adolescente había sido arrestado tres veces el año pasado: por hurto en tiendas, robo de coche y, finalmente, por entrar en la casa de una familia mientras estaban fuera. Las pruebas eran irrefutables. Y, aun así, Ryan permanecía allí, sonriendo como si fuera invencible.

Al preguntarle si tenía algo que decir antes de la sentencia, Ryan se inclinó hacia el micrófono. “Sí, Su Señoría”, respondió con sarcasmo. “Creo que volveré el mes que viene de todos modos. No hay nada que puedan hacerme. ¿Un centro de detención juvenil? Por favor. Es como un campamento de verano con candados”.

Whitmore apretó los dientes. Había visto arrogancia antes, pero la petulancia de Ryan era escalofriante: una burla a la ley. La fiscal negó con la cabeza. Incluso el abogado de oficio de Ryan parecía avergonzado.

“Señor Cooper”, dijo con firmeza el juez Whitmore, “usted cree que la ley es un juego. Cree que su edad lo protege de las consecuencias. Pero le aseguro que está al borde del desastre”.

Ryan se encogió de hombros. “Los acantilados no me dan miedo”.

Entonces, antes de que el juez pudiera responder, todos se voltearon. La madre de Ryan, Karen Cooper, una mujer de unos cuarenta años con mirada cansada y mano temblorosa, se puso de pie. Había permanecido en silencio durante cada audiencia, esperando que su hijo mostrara cierto arrepentimiento. Pero ahora, al oírlo alardear de sus crímenes ante una sala abarrotada, algo en su interior se quebró.

 

 

 

Continúa en la página siguiente⏭️