Abrí la cajita. Dentro había una carta y una chequera.
“Cariño mío,
Estos apartamentos son tuyos. Los compré hace años para que algún día te dieran estabilidad. Los escondí, temiendo que la avaricia nos separara. Úsalos con sabiduría. Recuerda: la verdadera riqueza no reside en el dinero, sino en la bondad y el amor.
Tu madre para siempre.
Las lágrimas me corrían por la cara mientras apretaba la carta. Mamá lo sabía todo. Había visto que Artyom solo valoraba los bienes materiales y había decidido protegerme.
Con esta certeza, contraté a un abogado y transferí las propiedades a mi nombre. Luego contacté con
organizaciones benéficas locales. Me prometí que estas casas serían útiles.
Uno se convirtió en un refugio para mujeres que huían del abuso.
Otro proporcionó alojamiento a veteranos.
El tercero se transformó en estudios para artistas y creadores emergentes.
La noticia se difundió rápidamente. Voluntarios se ofrecieron. Empresas donaron muebles y electrodomésticos. Personas desconocidas ofrecieron sus habilidades y su ayuda.
Artyom se enteró.
Un día irrumpió furioso.
—¡¿Qué haces?! ¡Esto se suponía que era mío! —gritó.
—No, Artyom —respondí con calma—. Era de mamá. Ella decidió dármelo. ¿Pero no es lo importante el impacto? Mira a tu alrededor. La gente le está encontrando un nuevo sentido a la vida. ¿Acaso no vale eso más que cualquier dinero?
Se giró en silencio y se fue.
Pasaron los meses. Los hogares prosperaron. Las familias recuperaron la paz. Los niños volvieron a reír. Se reconstruyeron vidas.
Un momento que lo cambió todo.
Una tarde, mientras observaba a los niños jugar en el patio, una mujer se me acercó. Se presentó como Svetlana, una madre soltera que había huido de una relación abusiva.
“No sé cómo agradecerte… nos salvaste”, susurró entre lágrimas.
La besé.
Continúa en la página siguiente⏭️
