Pero hay un rasgo que muestra innegablemente una prueba de la evolución.
Una evidencia verdaderamente notable de la evolución reside en nuestros brazos, concretamente en nuestros tendones. Casi entre el 10 % y el 15 % de la población humana ha perdido un tendón evolutivamente, lo que sugiere que estamos lejos de alcanzar el final de la evolución.
Este tendón está asociado con un músculo antiguo conocido como palmaris longus, que era utilizado principalmente por primates arbóreos como lémures y monos para desplazarse de rama en rama. A medida que los humanos y los simios terrestres, como los gorilas, ya no dependen de este músculo o tendón, ambas especies han ido perdiendo gradualmente esta función interna.
Sin embargo, la evolución avanza a su propio ritmo, lentamente, por lo que casi el 90 % de los humanos aún conserva este rasgo vestigial heredado de nuestros ancestros primates. Para comprobar si posee este tendón, coloque el antebrazo sobre una mesa con la palma hacia arriba. Toque el pulgar con el meñique y levante ligeramente la mano. Si observa una banda elevada en el centro de la muñeca, el tendón está conectado al palmar largo, aún existente.