Una madre soltera sin blanca le envió un mensaje por error a un multimillonario pidiéndole dinero para leche de fórmula, y ahí empezó todo.

 

 

Gracias, Max. No tengo palabras para expresar lo que esto significa para mí. Me permitiste cuidar de mi bebé, y por eso te estoy infinitamente agradecida.

La respuesta de Max llegó casi inmediatamente:

Me encantaría ayudar. Pero esto no es caridad. Es apoyar a alguien que lo necesita. Ya he estado en tu lugar.

Leah parpadeó. ¿Habría estado Max en su lugar? No sabía nada de él. ¿Era rico? ¿Empresario? ¿Filántropo? ¿Por qué se preocupaba por ella?

Antes de hacer más preguntas, otro mensaje:

Si necesitas algo más (leche, comida, lo que sea), solo avísame. Tengo algunos recursos para ofrecerte.

Leah se hundió en su silla, mirando la pantalla. No quería aprovecharse de la situación, pero estaba tan abrumada por la gratitud que no sabía qué decir. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué hacía esto?

Después de una larga pausa, escribió:

¿Por qué me ayudas? No me conoces.

La respuesta de Max fue rápida: «Porque sé lo que es sentirse como si te estuvieras ahogando. Es fácil pensar que a nadie le importa, pero te aseguro, Leah, que sí. Tengo los medios para ayudar. Solo quiero que tú y tu hijo tengan una mejor oportunidad. Nadie debería tener que afrontar solo lo que estás pasando».

Las manos de Leah temblaron al leer esas palabras. Era demasiado para asimilar. Sintió una chispa de esperanza, una sensación que no había sentido en años. ¿Y si Max realmente era la respuesta a todas sus oraciones?

Con el paso de los días, Max seguía enviando paquetes, cada uno más generoso que el anterior. Le pagó el alquiler cuando el casero amenazó con desalojarla, financió sus compras e incluso le compró un cochecito nuevo y una cuna para Charlie.

Entonces, un día, llegó un mensaje que dejó a Leah sin aliento:

 

 

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